La misa del ateo by Honore de Balzac

La misa del ateo by Honore de Balzac

autor:Honore de Balzac [Balzac, Honore de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Libre de derechos
publicado: 2011-04-25T20:50:40+00:00


—La misa que acabo de oír está enlaza-da con acontecimientos que ocurrieron cuando habitaba la buhardilla en que dice usted que vivió también de Arthez, aquella en cuya ven-tana se ve una cuerda cargada de ropa y un tiesto. Mis comienzos fueron tan rudos, mi querido Bianchon, que puedo disputar á cualquiera la palma de los sufrimientos parisienses, lo he soportado todo: hambre, sed, falta de dinero, de trajes, de calzado y de ropa interior, todo lo que la miseria tiene de más rudo. He soplado muchas veces mis dedos entumecidos, en ese foco de grandes hombres que quisiera visitar de nuevo en compañía de usted. He trabajado durante un invierno viendo humear mi cabeza y distinguiendo el aire de mi transpiración, como distinguimos el aliento de los caballos en un día de helada. Hoy me parece imposible que yo ni nadie pudiese soportar semejante vida. Estaba solo, sin recursos, sin un céntimo para comprar los libros y los gastos de mi educación médica, y sin tener un amigo, pues mi carácter irascible, sombrío é inquieto, me perjudicaba mucho.

Nadie quería ver en mis irritaciones la miseria y el trabajo del hombre que, desde el fondo del estado social en que nace, lucha para llegar á la superficie. Pero á usted, ante quien no necesito fingir, puedo decirle que yo tenía esa suma de buenos sentimientos y de viva sensibilidad que ha de ser siempre el patrimonio de los hombres bastante fuertes para llegar á una cima cualquiera, después de haber frecuentado largo tiempo los pantanos de la miseria. Yo no podía sacar de mi familia y de mi país nada más que la insuficiente pensión que me proporcionaba.

En fin, en aquella época, comía por la mañana, ensopado en leche, un panecillo que el panade-ro de la calle de Petit-Lyon me vendía más ba-rato, porque era de la víspera ó de la antevíspera, y de esa manera mi almuerzo no me costaba más que diez céntimos. Un día sí y otro no, iba á comer á una posada donde la comida costaba ochenta céntimos; así es que no gastaba en comer más que dos reales diarios. Usted sabe tan bien como yo el cuidado que hay que tener cuando se está en esa situación, del calzado y de la ropa. Yo no sé si más tarde llega uno á experimentar tanta pena al ver la traición de un amigo, como el que hemos experimentado, lo mismo usted que yo, al ver la burlona mueca de un zapato que se rasga, ó al oír que se des-garra la costura de una levita. No bebía más que agua, y los cafés me inspiraban el mayor respeto. Zoppi me parecía una tierra de promi-sión, donde sólo tenían derecho á entrar los lúculos de país latino. ¿Podría nunca, me decía yo á veces, tomar ahí una taza de café con cre-ma y jugar una partida de dominó? Y procuraba emplear en mis trabajos la rabia que me inspiraba mi miseria, y procuraba acaparar conocimientos positivos,



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.